El bufalo de la noche libro pdf


















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Editorial: Atria Books. Publicado: Aug 25, ISBN: Formato: Libro. Hispanos y latinos. Sobre el autor. Libros relacionados. Arriaga writes a very intriguing story of Manuel, a shiftless Mexican college student who was sleeping with three women, still living with his parents, and always I need of cash. The story opens with Manuel coming to visit Gregorio, his best friend. We see that their relationship is strained, and soon learn that Gregorio has committed suicide.

Later, we realize that a love triangle existed between Gregorio and Manuel and that their mutual love was Tania, a woman for whom Manuel permanently rented a hotel room for their secret trysts. Gregorio wasn't quite as available as Manuel since he had episodic psychiatric hospitalization. So whom did Tania really love? Libros relacionados. Arriaga writes a very intriguing story of Manuel, a shiftless Mexican college student who was sleeping with three women, still living with his parents, and always I need of cash.

The story opens with Manuel coming to visit Gregorio, his best friend. We see that their relationship is strained, and soon learn that Gregorio has committed suicide. Later, we realize that a love triangle existed between Gregorio and Manuel and that their mutual love was Tania, a woman for whom Manuel permanently rented a hotel room for their secret trysts.

Gregorio wasn't quite as available as Manuel since he had episodic psychiatric hospitalization. So whom did Tania really love? I was intrigued by this story. I wanted to know what really drove Gregorio into madness and despair. I liked the Mexico City setting I once also ate at Sanborn's! I was less enthralled by the story's ending. I don't like when new characters are introduced at the bitter end, nor do I like loose ends that seem to want another story written to explain them.

Carlos Cater. Manuel and Gregorio have grown up together as best and only friends even getting the same buffalo tattoo carved into their left arms. So it's tough for Manuel to watch his friend descend ever deeper into madness until Gregorio's final act to end it all.

Manuel is also feeling guilty because he's been sleeping with Tania, Gregorio's girlfriend, while his friend has been institutionalised. Can the two surviving members of the love triangle come to terms with their emotions and why can Gregorio affect them even after his death? This is a very gritty and raw book. Despite being less than pages it is not a quick comfort read. There are no sympathetic characters for the reader to hang their hat on and there are a couple of quite unpleasant scenes of sex and violence to endure.

Schaeffer y otro preso lograron separarles. Pero, con tranquila firmeza, Mr. Schaeffer, pero no dijo nada. No importante, trabajaremos por el camino. En Mobile tengo amigo, Federico. Schaeffer en un tono que casi no era de este mundo—. Tico Feo no le escuchaba. Schaeffer tampoco le escuchaba.

Condenadamente viejo. Se encerraba en la letrina con la cabeza gacha. Y, no obstante, estaba excitado, hechizado. Cada vez que un clavo penetraba en las tablas Mr. Cuando terminaron de arreglar la pista, Mr. Schaeffer y Tico Feo fueron devueltos al trabajo del bosque. Schaeffer era capaz de ver. Caminaban en fila india, de quince en quince, con un guardia al final de cada grupo. Aunque Mr. Comieron en silencio, casi como si estuvieran resentidos el uno con el otro, pero al final Mr.

Armstrong, permiso… Mr. Desde diversos rincones del bosque les llegaban resonantes gritos, como voces emitidas en una caverna, y luego silbaron, altos, tres balazos, como si el guardia disparase contra una bandada de patos. Schaeffer no vio el tronco que estaba atravesado en el cauce. Han montado un par de focos que brillan toda la noche como los ojos de una gigantesca lechuza.

Nadie le ha discutido nunca a Mr. Schaeffer su derecho a quedarse con la guitarra. Schaeffer de que se la dejara. Ahora yace bajo el catre de Mr. Como le dijo Baby, piensa en todas las cosas de las que puedes enorgullecerte. Pero no les importaba que Ottilie fuese aborigen. Negras abejas revoloteaban por la madreselva. Con la llegada de marzo comenzaron los preparativos de carnaval.

De repente le dio un codazo a Ottilie. Ottilie estaba acostumbrada a dirigir sonrisas osadas a los hombres; pero en ese momento su sonrisa era incompleta, se le pegaba a los labios como unas migas de pastel. Al cabo de un rato hubo un descanso.

Despejaron la arena, y todos los que ebookelo. Royal, dijo Ottilie, espera un momento, quiero quitarme los zapatos. Royal no llevaba zapatos; sus dorados pies eran delgados y airosos, y las huellas que dejaban eran como las de un animal delicado.

Trabajo en…, bueno, es una especie de hotel. Nosotros tenemos tierras propias. Juno, ebookelo. Pero Ottilie estaba tan ocupada que no llegaba a sentirse sola.

Pero, ebookelo. Y vigilaba con sus inquietos ojos brillantes las idas y venidas de Ottilie, en espera de que sus encantamientos produjeran efecto. Estas comidas me dejan sin apetito. Llegaron del pueblo, de los montes vecinos, y asediaron la casa aullando como perros de noche. Una vez terminado el funeral todos se fueron, contentos del trabajo bien hecho. Parpadeando y sonriendo bobaliconamente, Ottilie les dijo: Me alegro de veros. Royal no me pega nunca. No quisiste escucharnos, dijo Baby.

Y ya ves lo que ha pasado. Es una suerte que hayamos venido, dijo Baby, revolviendo el interior de su enorme bolso. Y puedes darle las gracias a Mr. Tampoco he sufrido tanto, dijo Ottilie. Ahora calla, dijo Baby. Ven, guapa, dame tu vaso otra vez. Esta noche Mr. Ni te lo imaginas, Ottilie, dijo Baby.

En cuanto a Mr. Jamison siempre me trataba muy bien. Y hemos prometido estar de regreso antes de medianoche. Lo que pasa es que Ottilie ha tenido que sufrir mucho, dijo Rosita. Fueron recogiendo peines y alfileres, enrollando sus medias de seda.

Escuchadme, dijo Ottilie. Absolutamente borracha, dijo Baby; pero Rosita le dijo que cerrase el pico. Diles que me he muerto. Precisamente hoy comienza la estufa su temporada de rugidos.

Una mujer de trasquilado pelo blanco se encuentra de pie junto a la ventana de la cocina. La persona con la que habla soy yo. Somos primos, muy lejanos, y hemos vivido juntos, bueno, desde que tengo memoria. Cada uno de nosotros es el mejor amigo del otro. Mira, Buddy, deja de comer galletas y vete por nuestro carricoche. Tenemos que preparar treinta tartas. Vete por nuestro carricoche. En este momento Queenie anda trotando en pos del carricoche.

Queenie comienza a relamerse, y de vez en cuando mi amiga le da furtivamente un pedacito, pese a que insiste en que nosotros ni siquiera las probemos.

Y ni siquiera con las que hay tenemos suficiente. Son treinta tartas. Ninguno de los dos tiene ni cinco. Y no porque ebookelo. En silencio, saboreando los placeres de los conspiradores, sacamos de su secreto escondrijo el monedero de cuentas y derramamos su contenido sobre la colcha. El pasado verano, otros habitantes de la casa nos contrataron para matar moscas, a un centavo por cada veinticinco moscas muertas.

Pero no fue un trabajo que nos enorgulleciera. De modo que, para asegurarnos, sustraemos un centavo y lo tiramos por la ventana. Pero todo el mundo sabe que se le puede comprar una botella a Mr. Un gigante con cicatrices de navajazos en las mejillas. Incluso Queenie deja de brincar y permanece cerca de nosotros. Gente descuartizada. Se abre la puerta. Nuestros corazones dan un vuelco.

Al rato, mi amiga medio encuentra su voz, apenas una vocecilla susurrante: —Si no le importa, Mr. Hasta riendo. Para cocinar. Le pagamos con monedas de diez, cinco y un centavo.

Para nuestros amigos. Gente de la que nos hemos encaprichado. Como el presidente Roosevelt. Como el reverendo J. Estamos en la ruina. Dividimos el resto en un par de vasos de gelatina. Los dos estamos bastante atemorizados ante la perspectiva de tomar whisky solo; su sabor provoca en los dos expresiones beodas y amargos estremecimientos.

Queenie se pone a rodar, patalea en el aire, y algo parecido a una sonrisa tensa sus labios negros. Me siento ardiente y chisporroteante por dentro, como los troncos que se desmenuzan en el hogar, despreocupado como el viento en la chimenea. Entran dos parientes. Muy enfadados. Potentes, con miradas censoras, lenguas ebookelo. Queenie se esconde debajo de la estufa. Porque soy demasiado vieja. Se endereza. Con bayas tan grandes como tus ojos.

Bueno, no sabes lo impaciente que estoy por que amanezca. Chilla un pavo silvestre. Pronto, junto a la orilla del poco profundo riachuelo de aguas veloces, tenemos que abandonar el carricoche. El camino serpentea siempre por ebookelo. En la otra orilla, Queenie se sacude y tiembla. Bayas rojas tan brillantes como campanillas sobre las que se ciernen, gritando, negros cuervos.

El que elegimos es el doble de alto que yo. Un valiente y bello bruto que aguanta treinta hachazos antes de caer con un grito crujiente y estremecedor. Cada pocos metros abandonamos la lucha, nos sentamos, jadeamos. La mujer del empresario insiste. Y un cuerno. Cincuenta centavos. Pero mujer, puedes ir por otro. En respuesta, mi amiga reflexiona amablemente: —Lo dudo. Nunca hay dos de nada. Pero no podemos permitirnos el lujo de comprar los esplendores made-in-Japan que venden en la tienda de baratijas.

Mi amiga, estudiando el efecto, entrelaza las manos. Pero cuando llega la hora de preparar el regalo que nos haremos el uno al otro, mi amiga y yo nos separamos para trabajar en secreto. En lugar de eso, le estoy haciendo una cometa. Te localizo una bici. Yo me siento tan excitado como ella. Nos arrebujamos en la cama, y ella me aprieta la mano diciendo te quiero.

Supongo que detesto la idea de verte crecer. Yo le digo que siempre. Buddy — vacila un poco, como si estuviese muy avergonzada—, te he hecho otra cometa. La vela ha ardido tanto rato que ya no hay quien la sostenga. Se apaga, delata la luz de las estrellas que dan vueltas en la ventana como unos villancicos visuales que lenta, muy lentamente, va acallando el amanecer.

Yo bailo claque ante las puertas cerradas. La verdad, estamos tan impacientes por llegar a lo de los regalos que no conseguimos tragar ni un bocado. Me sacan de ebookelo. De verdad. Su principal regalo es una bolsa de mandarinas. Pero dice que su regalo favorito es la cometa que le he hecho yo. Satisfechos, reconfortados por el sol, nos despatarramos en la hierba y pelamos mandarinas y observamos las cabriolas de nuestras cometas.

Me olvido enseguida de los calcetines y del jersey usado. Pero apuesto a que no es eso lo que suele ocurrir. La vida nos separa. Pero no cuenta. Luego sola. Como si esperase ver, a manera de un par de corazones, dos cometas perdidas que suben corriendo hacia el cielo. Hace poco. Algo —dijo, con un tono alarmantemente quejumbroso—, algo de que hablar. Es un consuelo. Por eso ya no funciona tan bien. O sea, que es bastante viejo. Pero bonito. En punto. Pero no es un placer cocinar para una misma, aunque sepas hacer pasteles ligeros como una pluma.

Coja algunos. Con un ebookelo. Es un familiar. Ya sabe. En serio. Salvo para bailar. El baile. Pero no me gusta. Ivor Belli. Dice que mis espaguetis son los mejores que ha probado nunca. Sobre todo los que hago con salsa de mariscos. Pero no es italiano. Belli suena a italiano. Estoy segura de que los rusos son como todo el mundo.

De tardes de salsa de carne y vino, de lino almidonado y plata «buena», seguidos de una siesta. Pero seguro que lo son. Si salen a su padre…; ja, ja, no me tome en serio, estoy bromeando. Mi hermana tiene cinco, cuatro chicos y una chica. Y al mismo tiempo se divierten.

Ivy y Rebecca. Y seguro que usted se desvive por ellas. Ivy ya es madre. No es nada. La flor de la vida. Si uno se cuida. Un hombre de su edad necesita que le atiendan.

Que le cuiden. Oh, no. No vivo demasiado lejos. Sobre desfiles. Nunca me pierdo un desfile —le dijo ella, con voz triunfal—. Las cornetas. Usted lo ha dicho antes. Porque yo tengo miles de discos antiguos. Me pirra, se lo aseguro, esa mujer me enloquece. Era encantadora. Finjo que estoy cantando en un nightclub. Ha sido precioso. Lo digo en serio; sabe cantar. Y escucharemos discos.

Se puede pillar algo, sentado un ebookelo. Siempre que no sea muy pronto. Soy recaudador de impuestos; ya sabe lo que nos pasa en marzo. De vuelta al yugo. Puede que llueva. Ni siquiera quiero un perro. Me conformo con la tele. Alguna cerveza. Es suficiente para toda una vida.

En casarme otra vez. Bueno, nadie tuvo una idea mejor. Salvo cocinar y cuidar de su padre. He buscado; no soy de natural perezoso. Si eres…, oh, ordinaria. Como yo. Ordinaria no, no. Por favor. Me va la vida en ello. Soy ordinaria. Sustenta a seis personas con De viudos. Nosotros, por ejemplo.

Gracias por los cacahuetes. Estos desayunos, servidos puntualmente a las 5. Y realmente existe en alguna parte del mundo». Estaba muy orgullosa de «nuestras» notas. Cinco aes. Desde luego, no era que yo odiara la escuela, a quien yo odiaba era a Odd Henderson. Llevaba en la mano una bolsa de papel atiborrada de espinosos cardillos recogidos en el camino a clase. Media hora. La culpa es suya. Las palmas hacia arriba, caballero. Los gritos provocados por mis pesadillas la despertaban algunas veces.

Pero tuve que dejar de hablar de ello, no volver a mencionarlo, pues mi amiga se negaba a reconocer que persona alguna pudiera ser tan malvada como yo pintaba a Odd Henderson. Y puedes echar la culpa a Pa Henderson.

Pero yo recuerdo a Molly Henderson antes de casarse. Trabajaba para Sade Danvers carretera abajo, como aprendiza de modista. A veces le daba un manojo de alverjillas o un membrillo, y siempre se mostraba muy agradecida.

Nada, excepto una caterva de hijos que alimentar. Has de tener todo eso en cuenta, Buddy, y ser paciente». Los invitados suministraban los accesorios. A mi amiga le pasaba lo mismo. Por un ebookelo. Dice que debes tener otros amigos, muchachos de tu edad.

Ahora calma. Pero yo quiero verte feliz, Buddy. Fuerte, capaz de andar por el mundo. No te quepa duda. Odd Henderson me odia. Es mi enemigo. No te conoce. Eso es todo lo que yo pido. Estaba equivocada. Era demasiado orgulloso. Significaba no ir al colegio. Micawber y David Copperfield: la mayor dicha de las enfermedades. Estuvo fuera dos horas largas. Siempre me ha gustado Molly Henderson. No digo que la gente deba tener todo lo que desea.

No importa todo lo que pueda hacer». Mientras, ella tiene que velar por sus hijos. Y, Buddy, tienes que estar equivocado respecto a su hijo Odd. Al menos en parte. Molly dice que es una gran ayuda para ella. Y un gran descanso. Nunca se queja, y no le importa las muchas tareas que le encomienda. A mi edad hay que cuidar mucho el cuerpo.

Ahora no puedo. Cuando pienso en todos los que han de venir, me asusto. A dar vueltas y a llenarse de estrellitas. Yo siempre espero que salten. Mira sus orejas, Buddy. Tan derechas. Ah, Queenie. Conklin y sus cuatro bellas hijas aparecieron en un Chevrolet verde menta Mr.

Los primeros en llegar fueron Mrs. Mary Taylor Wheelwright, escoltada por sus custodios, un nieto y su esposa. Era una linda cosita, Mrs. McCloud, que llegamos a temer por la vajilla.

Uno imaginaba unas manzanas, compactas y sabrosas, dulces pero con acidez de sidra. Pero la idea de las fiestas la entusiasmaba. Odd Henderson. Eso no es correcto, Buddy. Es tu invitado. Queenie estaba enroscada en su regazo y restregaba contra ella su cabeza. Mi amiga se puso en pie, dejando a Queenie y poniendo al descubierto un sector de tela azul marino lleno de pelos de perro. Intimidada pero resuelta, mi amiga dijo: —Puede que Odd quiera cantarnos algo.

Su madre me lo dijo. Releyendo, veo que no he descrito las orejas de Odd Henderson. Aplicando el ojo a uno de estos claros, era posible identificar a los visitantes del cuarto. Aunque sea la propia Mary la que lo diga». Es bien sabido que las mujeres sobreviven a los hombres. De cualquier modo, Mrs. Pero en aquel momento se oyeron de nuevo unas pisadas. Venderemos mi camafeo y nos iremos. Y mi amiga nunca lo llevaba, pues era un tesoro demasiado precioso para arriesgarse a perderlo o estropearlo.

Mi primer impulso fue salir a todo correr del retrete y desafiarle. Mary Taylor Wheelwright a su derecha y Mrs. Conklin a su izquierda. Mi propia boca se hubiese hecho agua si no hubiese estado reseca por la emocionante perspectiva de una venganza total.

Si no me crees, ve a mirar en tu caja. Odd Henderson lo tiene en el bolsillo. No le culpes, Odd. Yo dije: —Ve a mirar en tu caja. No se gastan esa clase de bromas. Ha dicho la verdad.

Pero no tengo ninguna. Pero corriendo. El prado de Simpson quedaba bajo la casa, deslumbrante con el oro de finales de noviembre y con la hierba rojiza. Hileras de jamones colgaban de los varales. Los zapatos de Fred Astaire. Los de Clark Gable. Mira Jackie Cooper.

Cuando yo fuese rico y famoso y me negase a contestar sus cartas y hasta sus telegramas. La puerta del cobertizo estaba entreabierta.

Pero no hubo recriminaciones ni referencias a mi traje destrozado. Y tu bocado favorito de pavo. Dos cosas malas no hacen nunca una buena.

Fue una maldad por su parte coger el camafeo. Fue deliberado. Lo partimos; mi mitad era la mayor, lo que me autorizaba a un deseo. Ella quiso saber lo que yo deseaba. Fue muy amable por su parte. Y dale recuerdos. No es que tuviera importancia. La respuesta era que no lo amaba; de hecho, no le gustaba.

Sin embargo, era a su marido a quien amaba. Su cabellera. Mientras se secaba, dijo: —Voy a matar a Carlos. No entiende nada.

Mis palabras no significan nada. Siempre ha estado enamorada de Carlos. Y ahora Carlos se ha enamorado de ella. Quiere casarse con ella y tener una familia, hijos. No, lo digo en serio. Es una chica excelente, muy petite, como un loro bonito, y demasiado encantadora; su amabilidad resulta cruel.

Aunque no comprende que lo es.



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